Sucedió hace ya bastantes años, un matrimonio de misioneros volvía de África, donde habían prestado sus servicios durante 30 años, ellos tenían pasión por lo que hacían pero sus cuerpos ya no eran los mismos que otrora y no podían recorrer los largos caminos que separaban las distintas tribus donde misionaban.
Se acababan de jubilar y se aprestaron a subir al barco que los llevaría nuevamente a su tierra natal, y sucedió que en ese mismo instante subía al mismo barco un señor muy adinerado con todo un séquito de personas que lo acompañaban, este señor había llegado a África un tiempo atrás con la firme intención de realizar un safari, cosa que en definitiva había llevado adelante y se mostraba orgulloso de los animales que habían cazado, los mismos eran mostrados como trofeo de guerra.
Lo curioso del hecho es que todo el barco, excepto el matrimonio de misioneros, querían estar al lado de este señor, querían brindar con él, por supuesto con finísima champaña, querían sacarse fotos incluso con las cabezas de los animales y se realizó una fiesta impresionante para la época.
El misionero, como no entendiendo lo que sucedía, hablaba con su esposa y le preguntaba: ¿Cómo podía ser que realizaran una fiesta por que este señor había ido a esas tierras solamente a matar animales?
¿Cómo podía ser que a ellos que habían servido durante 30 años nadie los reconocía y eran ignorados por todos los miembros de la mencionada fiesta?
Si éstas eran las preguntas del misionero estando en el barco, realmente quedó estupefacto, pasmado, boquiabierto cuando llegaron a destino, ya que allí se desplegaba todo el glamour, el éxtasis, la fascinación para recibir a este millonario excéntrico; Mientras que el matrimonio descendió del barco sin tener siquiera una palabra de aliento, ellos simplemente descendieron y se aprestaron a buscar una casa para poder alquilar ya que hacía 30 años que no estaban en su ciudad y nada tenían.
El misionero se quedó con estas imágenes en su mente, la fiesta en el barco, el recibimiento fastuoso, la bienvenida descomunal para un hombre que en definitiva y según su escala de valores había ido a una tierra lejana a asesinar animales que no podían defenderse; Ante esta inquietud en su corazón hizo el comentario a su esposa, quien le respondió: querido esposo si tienes todas estas inquietudes en tu corazón, lo mejor que puedes hacer es ir a tu cuarto y arreglar las cosas con el Señor, cosa que él llevó adelante.
Una hora después apareció el misionero ante su esposa mucho más tranquilo, despejado, sereno, calmo y su esposa le preguntó: ¿y querido arreglaste tus cosas con el Señor?
El misionero mostraba sosiego y placidez en su cara, y comentó, sí querida esposa, cuando le hice el reclamo de por que nosotros no tuvimos un recibimiento digno al volver a casa Él me respondió: “pero hijo mío si tu aún no has llegado a casa”.
Quisiera compartir algo que sale de mi corazón con respecto a nuestra última morada, es lo siguiente:
Jn 14: 2
“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”
Se acababan de jubilar y se aprestaron a subir al barco que los llevaría nuevamente a su tierra natal, y sucedió que en ese mismo instante subía al mismo barco un señor muy adinerado con todo un séquito de personas que lo acompañaban, este señor había llegado a África un tiempo atrás con la firme intención de realizar un safari, cosa que en definitiva había llevado adelante y se mostraba orgulloso de los animales que habían cazado, los mismos eran mostrados como trofeo de guerra.
Lo curioso del hecho es que todo el barco, excepto el matrimonio de misioneros, querían estar al lado de este señor, querían brindar con él, por supuesto con finísima champaña, querían sacarse fotos incluso con las cabezas de los animales y se realizó una fiesta impresionante para la época.
El misionero, como no entendiendo lo que sucedía, hablaba con su esposa y le preguntaba: ¿Cómo podía ser que realizaran una fiesta por que este señor había ido a esas tierras solamente a matar animales?
¿Cómo podía ser que a ellos que habían servido durante 30 años nadie los reconocía y eran ignorados por todos los miembros de la mencionada fiesta?
Si éstas eran las preguntas del misionero estando en el barco, realmente quedó estupefacto, pasmado, boquiabierto cuando llegaron a destino, ya que allí se desplegaba todo el glamour, el éxtasis, la fascinación para recibir a este millonario excéntrico; Mientras que el matrimonio descendió del barco sin tener siquiera una palabra de aliento, ellos simplemente descendieron y se aprestaron a buscar una casa para poder alquilar ya que hacía 30 años que no estaban en su ciudad y nada tenían.
El misionero se quedó con estas imágenes en su mente, la fiesta en el barco, el recibimiento fastuoso, la bienvenida descomunal para un hombre que en definitiva y según su escala de valores había ido a una tierra lejana a asesinar animales que no podían defenderse; Ante esta inquietud en su corazón hizo el comentario a su esposa, quien le respondió: querido esposo si tienes todas estas inquietudes en tu corazón, lo mejor que puedes hacer es ir a tu cuarto y arreglar las cosas con el Señor, cosa que él llevó adelante.
Una hora después apareció el misionero ante su esposa mucho más tranquilo, despejado, sereno, calmo y su esposa le preguntó: ¿y querido arreglaste tus cosas con el Señor?
El misionero mostraba sosiego y placidez en su cara, y comentó, sí querida esposa, cuando le hice el reclamo de por que nosotros no tuvimos un recibimiento digno al volver a casa Él me respondió: “pero hijo mío si tu aún no has llegado a casa”.
Quisiera compartir algo que sale de mi corazón con respecto a nuestra última morada, es lo siguiente:
Jn 14: 2
“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”